SEMANA DEL 26 de enero al 1 de febrero (Teresa del Pilar)
Ø Identidades de género promovidas socialmente (páginas 24- 25) y reconociendo derechos (páginas 31- 32) del libro: “Relaciones de Género en la Iglesia.”
Ø Comparto algo con relación a las identidades de género en la iglesia. Roles de hombres y mujeres, experiencias que nos han hecho sentirnos valoradas/os, respetados/as o al revés…
Aunque las experiencias que abundan con relación a las identidades de género en la iglesia son aquellas en las que una se ha sentido no valorada, creo que sería justo reconocer también otras situaciones más positivas y esperanzadoras. Generalmente son los Jesuitas y algunos, contados Obispos, los que son capaces de reconocer a las mujeres con sujetos de derechos dentro de la Iglesia. Cuando hablo de derechos me refiero a aquellos que podrían empoderarnos de modo recíproco a los de los hombres en sus ministerios, responsabilidades y poder de decisión.
Hay pastores cercanos, fraternos, dialogantes, que nos valoran no sólo por nuestro “servicio”, sino por lo que somos: mujeres consagradas. No obstante, esta valoración muchas veces se mantiene en el plano del silencio, sobre todo cuando surgen conflictos con otros pastores. Difícilmente se la juegan a favor de las más pobres y marginadas, que, en este caso, somos siempre las mujeres – consagradas o no. Somos nosotras las que finalmente tenemos que retirarnos (por ejemplo; de una obra) cuando son “ellos”, a todas luces, los que han provocado situaciones críticas. Ah, perdón, tenía que hablar experiencias positivas.
Hay sacerdotes incondicionales, abiertos, fraternales con los cuales podemos contar para la celebración de los sacramentos y el acompañamiento espiritual tanto a las hermanas como a los alumnos y alumnas. Están ahí, de manera discreta, sosteniéndonos con su modo de ser y de estar, ayudándonos a resistir, a soñar y a forjar los cambios.
En nuestra misma Congregación, una se siente acompañada, empujada, contenida, respaldada… en la búsqueda y realización de estos nuevos modos de estar en la sociedad y en la Iglesia. Un ejemplo concreto, la programación y realización del encuentro en Costa Rica.
Ø Comento la frase: “Los derechos humanos se convierten en derechos hasta que los ejercitamos…” teniendo en cuenta la experiencia de las mujeres en mi contexto y más allá del mismo.
Los derechos humanos se convierten en derechos humanos hasta que los ejercitamos significa, básicamente, como decía Ignacio Ellacuría, el Jesuita asesinado en el Salvador, que ellos son, ante todo, de supervivencia. Esto es: derecho a la vida, al trabajo digno, al descanso, a la alimentación, al descanso, a una casa digna… No existen, pues, derechos humanos abstractos, éstos han de situarse en lo concreto, porque nacen de situaciones vitales, de la experiencia misma.
De ahí que no existen derechos humanos como tales, sino derechos humanos del hombre y derechos humanos de la mujer. Muchas veces bajo la sustantivación de la palabra “humanidad” se esconden los derechos básicos, los vitales, propios de cada género. He aquí el riesgo de llamarlos sólo de manera genérica, hace falta especificarlos, abajarlos, situarlos, ejercitarlos…
Ejercitar los derechos de las mujeres significa usufructuar el derecho al estudio, el derecho a ser sujetos de nuestra historia y no meros objetos, el derecho a tener la misma oportunidad de remuneración que los hombres, derecho a escoger nuestra propia ropa, a cómo cortarnos el pelo, a mover libremente nuestro cuerpo… Derecho a ser escuchadas, a ser amadas y correspondidas, a pensar, a hacer filosofía, a escribir libros y publicarlos, a conocer nuestros derechos…
Ø Identidades de género promovidas socialmente (páginas 24- 25) y reconociendo derechos (páginas 31- 32) del libro: “Relaciones de Género en la Iglesia.”
Ø Comparto algo con relación a las identidades de género en la iglesia. Roles de hombres y mujeres, experiencias que nos han hecho sentirnos valoradas/os, respetados/as o al revés…
Aunque las experiencias que abundan con relación a las identidades de género en la iglesia son aquellas en las que una se ha sentido no valorada, creo que sería justo reconocer también otras situaciones más positivas y esperanzadoras. Generalmente son los Jesuitas y algunos, contados Obispos, los que son capaces de reconocer a las mujeres con sujetos de derechos dentro de la Iglesia. Cuando hablo de derechos me refiero a aquellos que podrían empoderarnos de modo recíproco a los de los hombres en sus ministerios, responsabilidades y poder de decisión.
Hay pastores cercanos, fraternos, dialogantes, que nos valoran no sólo por nuestro “servicio”, sino por lo que somos: mujeres consagradas. No obstante, esta valoración muchas veces se mantiene en el plano del silencio, sobre todo cuando surgen conflictos con otros pastores. Difícilmente se la juegan a favor de las más pobres y marginadas, que, en este caso, somos siempre las mujeres – consagradas o no. Somos nosotras las que finalmente tenemos que retirarnos (por ejemplo; de una obra) cuando son “ellos”, a todas luces, los que han provocado situaciones críticas. Ah, perdón, tenía que hablar experiencias positivas.
Hay sacerdotes incondicionales, abiertos, fraternales con los cuales podemos contar para la celebración de los sacramentos y el acompañamiento espiritual tanto a las hermanas como a los alumnos y alumnas. Están ahí, de manera discreta, sosteniéndonos con su modo de ser y de estar, ayudándonos a resistir, a soñar y a forjar los cambios.
En nuestra misma Congregación, una se siente acompañada, empujada, contenida, respaldada… en la búsqueda y realización de estos nuevos modos de estar en la sociedad y en la Iglesia. Un ejemplo concreto, la programación y realización del encuentro en Costa Rica.
Ø Comento la frase: “Los derechos humanos se convierten en derechos hasta que los ejercitamos…” teniendo en cuenta la experiencia de las mujeres en mi contexto y más allá del mismo.
Los derechos humanos se convierten en derechos humanos hasta que los ejercitamos significa, básicamente, como decía Ignacio Ellacuría, el Jesuita asesinado en el Salvador, que ellos son, ante todo, de supervivencia. Esto es: derecho a la vida, al trabajo digno, al descanso, a la alimentación, al descanso, a una casa digna… No existen, pues, derechos humanos abstractos, éstos han de situarse en lo concreto, porque nacen de situaciones vitales, de la experiencia misma.
De ahí que no existen derechos humanos como tales, sino derechos humanos del hombre y derechos humanos de la mujer. Muchas veces bajo la sustantivación de la palabra “humanidad” se esconden los derechos básicos, los vitales, propios de cada género. He aquí el riesgo de llamarlos sólo de manera genérica, hace falta especificarlos, abajarlos, situarlos, ejercitarlos…
Ejercitar los derechos de las mujeres significa usufructuar el derecho al estudio, el derecho a ser sujetos de nuestra historia y no meros objetos, el derecho a tener la misma oportunidad de remuneración que los hombres, derecho a escoger nuestra propia ropa, a cómo cortarnos el pelo, a mover libremente nuestro cuerpo… Derecho a ser escuchadas, a ser amadas y correspondidas, a pensar, a hacer filosofía, a escribir libros y publicarlos, a conocer nuestros derechos…
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