Comparte tus resonancias ante lo que has leído, piensa también en tu propia experiencia a nivel eclesial.
Mis resonancias…
“Un rasgo importante en las instituciones es la oposición entre lo instituyente y lo instituido. Lo instituido es lo anterior que buscar perpetuarse. Lo instituyente busca replantear a la institución”. La equidad de género es instituyente porque quiere equidad en las relaciones y niveles de participación más simétricos.
Me impresiona que la Iglesia, y especialmente la Jerarquía no vea claramente cuán lejos del Evangelio de Jesús está al perpetuar la marginación de la mujer dentro de ella misma. Es más que busque justificar dicha actitud a través de la propagación de un pensamiento bíblico- teológico claramente patriarcal. Las homilías de la Misa son momentos privilegiados para propagar dichas justificaciones. Homilías de corte magistral, que no dan posibilidad de participación a la asamblea ni hay espacio para disentir o cuestionar lo dicho.
Por otro lado fue triste para mí reconocer que por esta misma razón la Iglesia no ha asumido el rol de mediadora frente a la violencia de género tan arraigada en la sociedad y en la misma comunidad eclesial. La Iglesia que por su misión y razón de ser debería promover al máximo el bienestar de las personas, la equidad en las relaciones, la protección y defensa de su dignidad, muchas veces no sale al paso con energía para denunciar o reconocer que ella también ha contribuido y sigue contribuyendo a esta violencia. Ha sido sólo por presiones fuertes de tipo jurídico o por denuncias que la Jerarquía ha tenido que reconocer y asumir, por ejemplo, las consecuencias de actos de abuso sexual a menores y a mujeres dentro de la comunidad eclesial.
Otro aspecto que quedó resonando en mi es el conflicto y dolor que necesariamente se tiene que dar en cualquier institución que busque “la revisión o ajuste de elementos subjetivos. “La institución en sí no sufre el conflicto, sufren la personas en la institución”. Parece que la resistencia normal al cambio hace que en primer lugar acudamos a la negación de la realidad que se busca cambiar. Otra forma de rechazo es la renegación o tentativa de mantener fuera del discurso y de la práctica eclesial lo que se ve como negativo para la congregación. También se pueden dar “justificaciones mentirosas” de las práctica de exclusión de la mujer en las comunidades eclesiales. Estas reacciones me llevaron a concluir que la propuesta de la perspectiva de género tiene necesariamente que ser conflictiva y causar conflicto y tensión en las personas (hombres o mujeres) cuya mente no ha sufrido la “descolonización del poder patriarcal” y al interior de las comunidades integradas por este tipo de personas.
Sin embargo es un conflicto necesario, urgente para crecer y acercarnos más a la práctica de los valores evangélicos. Como bien decía el texto “las rupturas ideológicas que propone la perspectiva de género acercan a las iglesias a las utopías cristianas y a la integración de las congregaciones”. Esta realidad de conflicto, sufrimiento o a veces persecución por esta causa, me recordó la frase bíblica “El Reino de los cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan”. Ojalá y las congregaciones y las Iglesias tengamos aguante para afrontar este conflicto y tensión pues de otra manera aumentará más la cerrazón en posturas y prácticas patriarcales y las personas que luchan por esta perspectiva terminarán fuera de las comunidades o congregaciones donde no encuentran cabida pues como bien decía el texto “la desilusión invita a la deserción” y la deserción sería tan negativa para la persona que se va, como para la comunidad que se queda en mayor estado de cerrazón y rigidez.
Cuando pienso en mi experiencia a nivel eclesial en distintos lugares geográficos y en distintos ámbitos dentro de la Iglesia católica (como catequista, como religiosa, como pastoralista, como promotora vocacional, como miembro del consejo parroquial, como mujer etc. ) tengo que reconocer que lo que domina mayoritariamente no es la perspectiva de género sino las prácticas inspiradas por una mentalidad patriarcal donde los sacerdotes son más que las religiosas, tienen mayor poder a la hora de decidir, de imponer, una mayor posibilidad a nivel de participación en ámbitos donde a la mujer laica o religiosa no le es permitido llegar.
Con respecto a encontrar en las distintas comunidades eclesiales a las que he pertenecido personas que propongan y luchen por una perspectiva de género en las prácticas cotidianas, ha sido una realidad muy escasa y esporádica. Lo más frecuente es encontrar hombres y mujeres que están totalmente “acostumbrado/as a mantener lo que siempre ha sido así” y que no cuestionan el estado actual de relaciones injustas dentro de la comunidad eclesial.
“El empoderamientoy el desempoderamiento son dos caras del proceso de democratización organizacional”. Surge en mi mucha más esperanza cuando pienso en cómo irme empoderando y en cómo ayudar a empoderar otras mujeres dentro del ámbito social y eclesial. Empoderar traerá como consecuencia desempoderar a quien se ha apropiado del poder que no le pertenece. El fomentar las formas del poder del que habla el artículo son estrategias que facilitarán la democratización del poder:
Mis resonancias…
“Un rasgo importante en las instituciones es la oposición entre lo instituyente y lo instituido. Lo instituido es lo anterior que buscar perpetuarse. Lo instituyente busca replantear a la institución”. La equidad de género es instituyente porque quiere equidad en las relaciones y niveles de participación más simétricos.
Me impresiona que la Iglesia, y especialmente la Jerarquía no vea claramente cuán lejos del Evangelio de Jesús está al perpetuar la marginación de la mujer dentro de ella misma. Es más que busque justificar dicha actitud a través de la propagación de un pensamiento bíblico- teológico claramente patriarcal. Las homilías de la Misa son momentos privilegiados para propagar dichas justificaciones. Homilías de corte magistral, que no dan posibilidad de participación a la asamblea ni hay espacio para disentir o cuestionar lo dicho.
Por otro lado fue triste para mí reconocer que por esta misma razón la Iglesia no ha asumido el rol de mediadora frente a la violencia de género tan arraigada en la sociedad y en la misma comunidad eclesial. La Iglesia que por su misión y razón de ser debería promover al máximo el bienestar de las personas, la equidad en las relaciones, la protección y defensa de su dignidad, muchas veces no sale al paso con energía para denunciar o reconocer que ella también ha contribuido y sigue contribuyendo a esta violencia. Ha sido sólo por presiones fuertes de tipo jurídico o por denuncias que la Jerarquía ha tenido que reconocer y asumir, por ejemplo, las consecuencias de actos de abuso sexual a menores y a mujeres dentro de la comunidad eclesial.
Otro aspecto que quedó resonando en mi es el conflicto y dolor que necesariamente se tiene que dar en cualquier institución que busque “la revisión o ajuste de elementos subjetivos. “La institución en sí no sufre el conflicto, sufren la personas en la institución”. Parece que la resistencia normal al cambio hace que en primer lugar acudamos a la negación de la realidad que se busca cambiar. Otra forma de rechazo es la renegación o tentativa de mantener fuera del discurso y de la práctica eclesial lo que se ve como negativo para la congregación. También se pueden dar “justificaciones mentirosas” de las práctica de exclusión de la mujer en las comunidades eclesiales. Estas reacciones me llevaron a concluir que la propuesta de la perspectiva de género tiene necesariamente que ser conflictiva y causar conflicto y tensión en las personas (hombres o mujeres) cuya mente no ha sufrido la “descolonización del poder patriarcal” y al interior de las comunidades integradas por este tipo de personas.
Sin embargo es un conflicto necesario, urgente para crecer y acercarnos más a la práctica de los valores evangélicos. Como bien decía el texto “las rupturas ideológicas que propone la perspectiva de género acercan a las iglesias a las utopías cristianas y a la integración de las congregaciones”. Esta realidad de conflicto, sufrimiento o a veces persecución por esta causa, me recordó la frase bíblica “El Reino de los cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan”. Ojalá y las congregaciones y las Iglesias tengamos aguante para afrontar este conflicto y tensión pues de otra manera aumentará más la cerrazón en posturas y prácticas patriarcales y las personas que luchan por esta perspectiva terminarán fuera de las comunidades o congregaciones donde no encuentran cabida pues como bien decía el texto “la desilusión invita a la deserción” y la deserción sería tan negativa para la persona que se va, como para la comunidad que se queda en mayor estado de cerrazón y rigidez.
Cuando pienso en mi experiencia a nivel eclesial en distintos lugares geográficos y en distintos ámbitos dentro de la Iglesia católica (como catequista, como religiosa, como pastoralista, como promotora vocacional, como miembro del consejo parroquial, como mujer etc. ) tengo que reconocer que lo que domina mayoritariamente no es la perspectiva de género sino las prácticas inspiradas por una mentalidad patriarcal donde los sacerdotes son más que las religiosas, tienen mayor poder a la hora de decidir, de imponer, una mayor posibilidad a nivel de participación en ámbitos donde a la mujer laica o religiosa no le es permitido llegar.
Con respecto a encontrar en las distintas comunidades eclesiales a las que he pertenecido personas que propongan y luchen por una perspectiva de género en las prácticas cotidianas, ha sido una realidad muy escasa y esporádica. Lo más frecuente es encontrar hombres y mujeres que están totalmente “acostumbrado/as a mantener lo que siempre ha sido así” y que no cuestionan el estado actual de relaciones injustas dentro de la comunidad eclesial.
“El empoderamientoy el desempoderamiento son dos caras del proceso de democratización organizacional”. Surge en mi mucha más esperanza cuando pienso en cómo irme empoderando y en cómo ayudar a empoderar otras mujeres dentro del ámbito social y eclesial. Empoderar traerá como consecuencia desempoderar a quien se ha apropiado del poder que no le pertenece. El fomentar las formas del poder del que habla el artículo son estrategias que facilitarán la democratización del poder:
- Poder para…que estimula la participación de todas las personas dentro de las iglesias, cada quien según sus posibilidades.
- Poder con…nos recuerda que no somos islas sino que necesitamos trabajar como comunidad, grupo, buscando el bien común.
- Poder desde dentro…habilidad de resistir el poder de otros y de las otras. Es un reconocimiento respetuoso del poder que cada persona posee. Dicho reconocimiento y respeto motiva a la persona a potenciarlo y a emplearlo para el bien común.
“Estas formas de poder no se quedan en lo personal, sino que aumentan el poder total disponible para la institución eclesial. Es un poder que circula, que fluye y no se rigidiza en la jerarquía”.
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