SEMANA DEL 9 al 15 de febrero (Teresa del Pilar)
Ø “Debate teórico: Síntomas de desórdenes por estrés postraumático en niños y niñas” (pp. 58 – 63 del mismo libro).
Ø “Debate teórico: Síntomas de desórdenes por estrés postraumático en niños y niñas” (pp. 58 – 63 del mismo libro).
Ø ¿A qué me siento invitada con relación a la realidad de violencia que se vive en nuestro mundo? ¿En mi contexto? En la iglesia, ¿reconozco algún/as realidades de violencia?
Este taller (como el tema de “Género y poder”) también lo realicé con padres y madres de familia de alumnos de nivel inicial de la Fundación teresiana, situada en un barrio marginal de Asunción: “Chacarita”.
Esta vez no asistió ningún padre de familia, eran todas mamás, sin pareja (soltera o separada o abandonada), con numerosos hijos, como es habitual en los lugares marginales. La mayoría compartió alguna situación traumática vivida personalmente o en algún miembro de la familia. Los problemas más frecuentes tenían relación con violaciones a niños y niñas, alcoholismo, venta y consumo de drogas, crímenes pasionales, robos, complicidad de los mismos policías en los actos delictivos…
Hemos ido hablando de las posibles herramientas que pudieran ayudarlas a paliar dichas situaciones. Es una cuestión estructural compleja, supone un trabajo creativo, duro, profundo y sistemático, en red con profesionales de otras instituciones. En este sentido, la Fundación Teresiana (ex alumnas del Colegio Teresiano de Asunción) desde hace años viene haciendo un trabajo loable y muy valioso.
Ahora bien, lo que me parece violento en iglesia jerárquica es el MODO DE SITUARSE, que los lleva a manifestarse desde una arrogancia, autosuficiencia, verticalismo, falta de escucha, complejo de superioridad, miedo a perder el monopolio de poder… Desde una idea errónea de ser los absolutos poseedores de la verdad, desde un intento de querer controlar los hilos más imperceptibles de toda la realidad humana, no sólo de la vida de la iglesia. Y a partir de aquí todas las acciones que se puedan contar como consecuencia de dichas actitudes son meras anécdotas que muestran la punta de un escabroso y complejo iceberg vinculado con un secular androcentrismo-patriarcal.
En Paraguay, no así en otros países, la gente sencilla todavía tiene miedo a denunciar los abusos de sacerdotes a niños y niñas. Es más, hay una cierta ingenuidad en relación a este tema, como si los presbíteros estuvieran inmunes para cometer dichos actos delictivos. No obstante, es sabido que en parroquias y colegios muchos niños/as y jóvenes son víctimas de acoso sexual por parte de tales ministros. También se da un pudor mal entendido con mezcla de vergüenza para denunciar estos actos. Sin embargo, muy lentamente ciertos sectores (de laicos y laicas) van tomando conciencia de que el silencio cómplice es un modo de legitimar la impunidad y la injusticia, fruto de una ideología androcentrista.
Ante esta realidad de violencia que se vive en nuestro mundo, en muchos ámbitos, empezando por la Iglesia, me siento invitada, ante todo, a reconciliarme conmigo misma, desde mi ser más profundo. Aprender a vivir desde mis sombras, personales y colectivas, asumir que “en” ellas y “desde” ellas es posible vivir en la luz. Acoger las realidades cotidianas como el desafío más cercano que tengo para realizar mi aporte concreto en la integración de las distintas realidades. Reconocer mis “poderes” y los de las/los demás para buscar y hallar la forma de que interactúen en reciprocidad (equidad) con los poderes de otros hombres y mujeres. Y esto porque la paz es fruto de la justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario